En África, existe una historia para explicar prácticamente cada acontecimiento que tiene lugar en la naturaleza. Las leyendas y cuentos forman parte de la cultura popular de la gente que habita este continente. Hoy, os cuento una historia sobre la dura piel de los cocodrilos, una leyenda que nos muestra lo perjudicial que puede ser la vanidad y lo importante que resulta echarse protector solar…

Cuenta esta leyenda africana que al principio de todo, los cocodrilos no tenían la dura piel escamada por la que son tan conocidos ahora. En su origen, su piel era lista y tan dorada que parecía estar hecha de oro. Los cocodrilos pasaban los días sumergidos en las aguas de lagos, ríos, mares y pantanos, saliendo únicamente por la noche. Era en ese momento cuando la luz de la luna se reflejaba en su dorada piel, maravillando a cuantos animales se acercaban al agua a beber.

Los cocodrilos eran orgullosos por naturaleza. Pensaban que, si la débil luz de la luna era capaz de hacerles brillar de aquella manera, su piel bajo los rayos del sol les harían destacar por encima de cualquier otro ser vivo de la tierra. Con este objetivo, comenzaron a salir del agua también de día. De esta forma, todos los animales de la sabana africana comenzaron a beber de las aguas también durante el día y la presencia de los cocodrilos se convirtió en un espectáculo que ninguno quería perderse.

Ay, amigo, pero la luz del día no es igual que la luz de la noche. Los cocodrilos no habían contado con el fuerte calor del sol. Las altas temperaturas golpearon con mucha fuerza la brillante piel de los cocodrilos, secándola y solidificando los restos del barro que había en el agua. Poco a poco, su piel se fue oscureciendo, el dorado comenzó a desaparecer y el barro, al secarse, fue creando los relieves que hoy vemos en estos terribles reptiles.

Según fueron pasando los días, su piel lucía cada vez más cuarteada y el resto de animales poco a poco fue dejando de admirarles por su belleza. Al final, cada vez había menos animales que acudía a contemplarles y estos poderosos depredadores se vieron humillados y avergonzados al ver en lo que se habían convertido. Es por esta vergüenza por la que los cocodrilos, cuando nadan, únicamente dejan ver sus ojos y sus orificios nasales, y también es por esto que cada vez que notan la presencia de alguien, no dudan en sumergirse y esconderse bajo las aguas.

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