Madrid

Quienes poco o algo me conocen, saben que no soy muy dado a hablar bien del sitio en el que vivo. “Vivo en Madrid, PERO he nacido en Bilbao”, respondo a quienes me preguntan de dónde soy, siempre poniendo énfasis en esa conjunción, como si vivir en la capital fuera un accidente; algo vergonzoso y circunstancial que es mejor pasar por alto. Madrid es posiblemente una de las comunidades más odiadas de nuestro país. Es la tierra de la chulería, los ejjques, los bocadillos de calamares y del infame Real Madrid. ¿Se os ocurren mejores motivos para odiar este lugar? Pues, desde hace unas semanas, hay otro: el coronavirus. Este infausto enemigo ha visto en Madrid el lugar perfecto para asentarse y desde el que propagarse hacia el resto de España. Madrid es ahora un foco infeccioso, una rémora, un peligro para todo el país ¿Y por qué? Porque, a pesar de todo, a pesar de la chulería, de los ejjjques, de los bocadillos de calamares y del infame Real Madrid, la comunidad en la que vivo es el lugar más maravilloso de España.

Si me paro un momento a pensar y me fijo en mi alrededor, sin alejarme demasiado de mi casa, claro, no me cuesta ver por qué Madrid es tan especial. En mi familia, somos cinco vascos que llevamos viviendo en Madrid desde hace más de 20 años. Mis vecinos de la derecha, son dos canarios que hace quince años adoptaron a tres hermanos rumanos. Mis vecinos de la izquierda, dos andaluces. En mi oficina, comparto trabajo con una onubense, una cordobesa, una paisana bilbaína, una casi paisana logroñesa, un toledano y un valenciano. Entre mis mejores amigos hay un madrileño de ascendencia cordobesa, una medio extremeña, dos castellonenses, un árabe y un alemán. Madrid no es de los madrileños. Madrid es el lugar en el que se cruzan los caminos, que diría ese cantautor madrileño nacido en Jaén. Madrid es un mosaico de acentos, de culturas y de personas que vieron en ella la oportunidad de vivir y de encontrar la felicidad. Porque, si algo es Madrid, es lugar en el que todo el mundo tiene un sitio.

En estos eternos días de Netflix, de sofá, de zumba en el salón y protestas en Twitter, Madrid está siendo más Madrid que nunca. Una comunidad en la que sus médicos, enfermeros, farmacéuticos y el resto del personal sanitario se están dejando su propia salud en el camino para proteger la de unos desconocidos. “Es su trabajo”, dicen unos, “les pagan por ello”, otros. No creo que estos valientes tengan tiempo para escuchar estas gilipolleces, tampoco yo para comentarlas… Ellos luchan mientras Madrid les aplaude y muestra al mundo entero de qué pasta están hechos sus hijos. Propietarios que deciden dejar de cobrar el alquiler de sus inquilinos, vecinos que salen a sus balcones a cantar para entretener a su comunidad, anónimos que utilizan sus impresoras 3D para fabricar respiradores o personas que dedican su tiempo a coser mascarillas “sanitarias”… Hay tantos ejemplos de lo que es en realidad Madrid que resultaría imposible recogerlos todos en un par de párrafos.

“¡HAY QUE CERRAR MADRID!”, grita buena parte de España. Y tal vez tenga razón. A lo mejor cerrar Madrid es lo más prudente y lo más inteligente para contener esta enfermedad. No seré yo quien diga lo contrario. Pero tened en cuenta una cosa. Madrid va a salir de esta. Estad seguros. Si el futuro de Madrid está en manos de los madrileños, el Covid-19 está jodido. No se ha creado una enfermedad que pueda acabar con Madrid y su gente. Madrid va a salir de esta y lo va a hacer con más fuerza que nunca. Y cuando lo hagamos, cuando el virus haya sido exterminado y las carreteras vuelvan a abrirse, encontraréis a Madrid como siempre lo ha estado: con los brazos abiertos a todo el mundo. Porque así es Madrid, y porque por eso es el lugar más maravilloso de España

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