Mi primer safari en África: Flipando con los elefantes del Tarangire

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Hace unos meses tuve la oportunidad de realizar uno de esos viajes con los que uno sueña. Una auténtica aventura por África, concretamente por Tanzania, situada al oeste de nuestro continente vecino. Iríamos de safari por cuatro de los parques naturales más famosos del mundo. Conoceríamos Tarangire, el cráter del Ngorongoro, las amplias llanuras del Serengeti y las aguas del Lago Manyara. Es precisamente al primero a quien está dedicado este artículo puesto que esa fue nuestra primera parada y donde tuvimos contacto por primera vez con la impresionante fauna africana.

Antes de nada, creo que es importante que me defina a mí mismo como un maldito friki de los documentales de National Geographic. En serio, y no me refiero a que los ponga después de comer para escuchar algo de fondo mientras me echo la siesta, no. Yo los sigo de verdad. Me da igual de qué hablen – siempre que no sea de insectos, por favor – yo los veo de todas formas. Por eso, el viaje a África me había estado quitando el sueño desde el mismo momento en que nos dijeron que viajaríamos a Tanzania. El primero de todos los safaris que íbamos a hacer iba a ser al Tarangire, uno de los parques naturales más grandes del país. Creo que ninguno de los que aterrizamos en Arusha el día anterior podía hacerse una idea de todo lo que íbamos a ver al día siguiente.

Cuidado con el picante

Nos despertamos pronto y desayunamos con cierto temor. Durante la cena habíamos descubierto que a los tanzanos les gusta ocultar el picante en prácticamente todos sus platos. Por suerte, no pasa lo mismo durante los desayunos. Era algo obvio, pero quién sabe… Es mejor estar alerta. Acto seguido salimos a la recepción del hotel y nos distribuimos por los diferentes coches. Los vehículos en los que íbamos eran unos imponentes 4×4. Parecían que serían capaces de hacer frente a un huracán sin ni siquiera temblar. Lo que más llamaba la atención era que eran descapotables. El techo del coche se podía levantar para que pudiéramos sacar prácticamente medio cuerpo por fuera del vehículo – y lo hicimos, ya lo creo que lo hicimos…. Los todoterrenos arrancaron y comenzamos la ruta por la única carretera asfaltada que vimos durante el viaje. Era una recta que parecía no tener fin. Atravesamos diferentes pueblos y nos maravillamos con las cosas que veíamos a los dos lados de la carretera. Había de todo; niños cuidando de grandes rebaños, mujeres llevando sobre sus cabezas pesadas cargas, hombres sentados a la sombra de charleta… Nos llamó especialmente la atención los vestidos de las mujeres. Estaban llenos de color, un color que hacía un hermoso contraste con el tono de su piel.

Foto: Francisco Elorriaga

El asfalto acabó convirtiéndose en una sinuosa carretera de tierra y no tardamos en llegar a la primera parada del camino. Era la entrada a la reserva natural del Tarangire. Allí, tuvimos que firmar nuestra entrada. Me llamó mucho la atención que, a la entrada a la caseta de guardia, había dos enormes cráneos de búfalos. Causaba mucha impresión porque aquellas calaveras eran bastante más grandes de lo que yo me había imaginado.

Foto: Francisco Elorriaga

¡Los primeros animales!

Una vez que todos habían firmado, volvimos a los coches y entramos por fin en la reserva del Tarangire. Era un lugar espectacular. Con caminos estrechos y desnivelados. Era difícil mantenerse en pie encima de los asientos y con la cabeza asomando por arriba. Lo primero que pudimos ver fue a una pareja de antílopes, después otro… y otro… Cada vez íbamos viendo más y, cuantos más veíamos, más queríamos ver – no sé si me he explicado bien. Estábamos flipando y ni siquiera llevábamos quince minutos en el parque. De pronto vimos a nuestra primera jirafa. Era impresionante cómo se movía, con paso lento pero elegante.  No parecía tener prisa por llegar a ninguna parte, entiendo que no habría leones cerca… El conductor de todoterreno iba parando cada poco para que pudiéramos observar a aquellos increíbles animales todo el tiempo que quisiéramos.

Antílope. Foto: Francisco Elorriaga

¡Elefantes!

Después seguimos por diferentes caminos que no tenían ninguna señalización. Todo estaba rodeado de fauna y del verde de una espesa vegetación. De pronto, llegamos a un pequeño arrollo que debíamos cruzar y los vimos… ¡ELEFANTES! Había una familia de elefantes en mitad del río. Eran cuatro impresionantes ejemplares. Dos más grandes y dos crías. Estaban en el agua, bebiendo y tirándose agua por encima para refrescarse. Su color no era gris, sino rojizo. Nuestro guía (Mike) nos explicó que utilizaban el barro para protegerse del calor. En este punto también pasamos un buen rato mirando y sacando fotografías. Sinceramente, no sé cuantas saqué, seguramente más de cincuenta, pero hoy lo pienso y creo que son menos de las que debía de haber sacado. ¡Tenía delante aquello con lo que llevaba años soñando!

Los primeros elefantes. Foto: Francisco Elorriaga

Continuamos con nuestro camino y poco a poco nos fuimos dando cuenta de que algo pasaba. Empezaba a haber menos árboles y, los que había, estaban completamente destruidos. ¿Recordáis la escena de los elefantes en El libro de la selva? Pues casi casi… Y es que estábamos entrando de lleno en su territorio. Parece ser que los elefantes necesitan rascarse todo el tiempo y son estos pobres árboles quienes pagan las consecuencias… Empezamos a ver grandes manadas a los dos lados del camino. Al igual que los que habíamos visto en el río, estos también tenían un color rojizo. Los teníamos tan cerca… A tan solo unos metros. Parecía que podríamos alargar el brazo y tocarlos. No lo hicimos, claro, no tengo duda de que habrían sido capaces de darnos un buen revolcón. Uno es libre de pensar tonterías, pero en ese caso es mejor no hacerlas…

Elefantes. Foto: Francisco Elorriaga

Durante este primer safari también vimos aves de colores súper vivos como carracas lilas o lagartos que se parecían al mismísimo Spider-man. Lo cierto es que apenas estuvimos una mañana en el Tarangire – volveríamos por la tarde – pero lo que vimos en aquella primera vez fue algo impresionante. Era como estar metido en uno de esos documentales que tantas veces hemos podido ver en la 2. Solo faltaba la voz de un narrador, y era casi mejor que no la hubiera. Aquel silencio solo interrumpido por el arrancar de hojas y el comer de aquellos impresionantes elefantes es algo imposible de olvidar.

Carraca lila. Foto: Francisco Elorriaga
Lagarto de fuego. Foto: Francisco Elorriaga

2 pensamientos sobre “Mi primer safari en África: Flipando con los elefantes del Tarangire

  1. Me ha encantado el reportaje. Describe perfectamente lo que sientes cuando llegas por primera vez a un safari. Me ha hecho recordar un viaje precioso.

    1. Muchas gracias Sara! Yo volví de Tanzania con dos ideas claras: 1- no iba a volver a pisar un zoo y 2- tenía que empezar a ahorrar para volver…

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