NEJMA: LA INCREÍBLE (pero cierta) HISTORIA DE LA GATITA POLIZONA

La historia que hoy os voy a contar nos sucedió durante nuestra aventura en camper por Lanzarote. Es una de esas historias que entran en el género de “joder, si es que os pasa de todo” y su protagonista es una pequeña felina, de nombre Nejma, que, durante un par de días, nos puso las cosas muy complicadas.

**Es importante señalar que, durante el transcurso de los acontecimientos, ningún animal sufrió ningún daño (salvo nosotros…)

MAULLIDOS EN LA OSCURIDAD

Todo comenzó la tercera noche de nuestro periplo en furgoneta camper por Lanzarote. Después de un duro día recorriendo la isla, aparcamos a las afueras de Yaiza, en un pequeño descampado para pasar la noche. Preparamos la cena, nos pusimos los pijamas y nos dispusimos para dormir. Hasta ese momento, todo era lo más normal que uno puede esperarse al vivir dentro de una furgoneta.

Eran las cuatro de la mañana cuando empezamos a escuchar los primeros ruidos. Perdón, miento, Leti empezó a escuchar los primeros ruidos. Para ser fiel a la verdad, me despertó a las cuatro de la mañana asegurando que había un gato dentro de la furgoneta y que estaba maullando. Yo oía los maullidos, pero era imposible que el gato estuviera dentro. Todos sabemos que esos animales son especialmente activos por la noche. Estaría peleándose con algún otro gato fuera… ¡cosas de gatos!

Le dije que estaba loca, que seguramente hubiera gatos en la zona, que se durmiera y que, sobre todo, me dejara dormir… En ese momento no sabía lo equivocado estaba y, hoy en día, no sé hasta cuando voy a tener que pagar por lo que dije aquella noche…

Nuestra pequeña camper

¿LA FURGONETA HA MAULLADO?

Al día siguiente, amanecimos como si no hubiera pasado nada. Tal vez algún pequeño reproche, de broma, por parte de mi compañera por haber puesto en duda su cordura. Tonterías…

Recorrimos media isla para hacer la ruta del volcán del Cuervo, más de cincuenta kilómetros por carretera. Cuando terminamos, volvimos a subir a la furgoneta para ir a ver los Hervideros, un saliente de tierra donde el mar rompe con fuerza. Casi llegando, al tomar una curva, oímos un sonido extraño desde la parte de atrás de la furgoneta… ¿un maullido? Imposible, pero se parecía demasiado. Paramos el coche para ver si seguía sonando… Incluso nos bajamos mirar los bajos del coche… Nada… Todo en silencio. Nuestra furgo tenía más años que nosotros, así que achacamos el sonido a algún ruido del motor (bueno, yo lo achaqué a eso. Leti seguía erre que erre con lo del gato). Probablemente íbamos a morir por un fallo mecánico, sí, pero ahí no había ningún felino. Seguimos con la ruta, pero ya con la mosca detrás de la oreja… ¿y si…?

No tardamos demasiado en volver a escuchar el mismo ruido, fue casi llegando a los Hervideros, ¡lo habíamos oído! ¡Ahora sí que sí! Nos bajamos de la camper y nos metimos prácticamente debajo de los bajos del coche, justo en el momento en que unas chicas francesas pasaban junto a nosotros. A saber qué pensaron, tampoco nos importa demasiado; esa gente cocina con mantequilla, pero ese es otro tema…

Volvimos a revisar la furgoneta de arriba abajo, mirando el motor, levantando todo lo levantable e incluso desatornillando cosas que tal vez no debimos tocar, ¡Y NADA! Allí no había nada.

Pusimos rumbo al oeste para comer en el Golfo, un pequeño pueblo costero. Creo que en todo el camino no superamos los 40 kilómetros por hora y nuestras caras del momento debían ser un poema. No obstante, no volvimos a escuchar nada hasta llegar al pueblo. Esa vez lo oímos con más fuerza que nunca. Ahora estábamos convencidos, teníamos un gato dentro de la furgo. Recuerdo que en ese momento recordé las palabras que le había dicho a Leti la primera noche y pensé: “Ahora no va a haber quien la aguante”.

PERDONEN; ¿TIENEN CABEZAS DE PESCADO?

Vale, debíamos asumirlo: había un gato en la furgoneta. Y ahora, ¿qué hacemos? Aparcamos la furgoneta en el primer lugar que pudimos, sin darnos cuenta de que ese lugar era frente a la terraza de dos restaurantes de esos con vistas al mar. Por alguna razón que se me escapa, el mar dejó de ser el centro de atención porque, por otra razón que se me escapa, pasó a serlo una joven que decidió meter medio cuerpo debajo de una furgoneta para buscar un felino. Sin éxito, claro.

Al poco tiempo, decidimos que era mejor cambiar de aparcamiento. Estábamos montando un espectáculo y no tenía pinta de que nos fueran a pagar por ello. Aparcamos en un aparcamiento más grande, justo al lado de un restaurante. Repetimos la operación de búsqueda pero, para nuestra sorpresa, Leti logró dar con nuestro polizón. Una pequeña Y PRECIOSA cachorra de gata gris con ojos azules. Era adorable… y una auténtica cabrona. Por cómo se había metido, nos fue imposible cogerlo. La pequeña se había convertido en la dueña y señora de los bajos de nuestra furgoneta. Estaba ahí atrincherada y nada la iba a hacer salir.

Vaya ojos…

-“Estamos al lado de un restaurante! ¡Lo tengo!”, supongo que dije – o pensé – mientras me dirigía a la puerta.

-Perdone, ¿tienen cabezas de pescado? – pregunté, así, a pelo. Ahora lo pienso y creo que debería haber probado primero con algo de contexto. El caso es que, cuando conseguí explicarme, el responsable del restaurante, muy amable, nos dio un tupper lleno de pescado. Lo pusimos debajo del coche y esperamos a que nuestra amiga saliera… y esperamos… y esperamos…

Al final, el dueño del restaurante se debió de cansar de vernos esperar y decidió echarnos una mano. El hombre, aunque amable, era más basto que un arado y trazó un plan infalible: asustar al gato. Con sus manos, capaces de amasar pan, empezó a golpear la furgoneta, encendió el motor y revolucionó el coche y logró sacarnos de nuestras casillas a nosotros. Esa estrategia suya, además de hacer mucho ruido, no nos estaba gustando. Además, tampoco era muy efectiva. Al final el hombre se rindió, llegando incluso a sugerir que ahí no había ningún gato. Recuerdo que me aposté una cena con él a que sí lo había. Me debe una cena, señor de manos toscas. Nadie, salvo yo, pone en duda la cordura de los demás, ¡hombre ya!

Poco después de irse el hombre, la gata empezó a moverse, ¡ERA NUESTRO MOMENTO! Leti alargó la mano para cogerla, la fiera la esquivó, bajó del coche y salió corriendo, regateándonos como si del 30 del PSG se tratara. Conseguimos atraparla antes de que se subiera a otro coche… la muy cabrona.

¿Y AHORA QUÉ?

Vale, tenemos la gata, ¿y ahora qué? Como nuestros conocimientos sobre pesca y suelta felina dan para lo que dan, decidimos recurrir a los profesionales. Llamamos a varias protectoras de la zona pero todas estaban cerradas. Claro, era domingo, el día del Señor y tal. Probamos con un veterinario, y ahí sí tuvimos más suerte. El hombre que nos respondió nos dijo que no la debíamos soltar. Por su tamaño, debía tener muy pocos meses y era probable que, si la soltábamos, acabaría muriendo, ¡y hasta ahí podíamos llegar! Nos dijo que la lleváramos a una protectora. Pues ok, todas cerradas…

Spoiler: se escapa
Spoiler: se escapa

Solo se podía hacer una cosa: adopción temporal. A menos hasta que abrieran las protectoras al día siguiente. En el restaurante nos dieron una caja y sus mejores deseos, también con ganas de perdernos de vista (normal). Nos sigue debiendo una cena, señor de manos toscas.

Durante el día se portó genial pero por la noche… Creo que aquella fue una de las peores noches de mi vida. Allá va…

¿Y SI LO MATAMOS?

21:00 horas

Dejamos a la gatita tranquila en una caja de cartón. Para evitar que se fuera al otro barrio, hicimos muchos agujeros para que pudiera respirar. Para evitar que saliera y nos mandara al otro barrio, cubrimos la parte de arriba con una toalla y encima pusimos una bandeja. Nadie iba a morir esa noche.

21:30 horas

Cenamos tranquilamente en la parte de atrás de la furgoneta, dejando a nuestra nueva amiga en su caja en la parte delantera.

00:00 horas

Ya acostados, empezamos a escuchar los primeros ruidos desde dentro de la caja. ¿Sabéis que los gatos son animales nocturnos? Pero muy nocturnos eh. No nos preocupamos demasiado porque era IMPOSIBLE que ese animal consiguiera salir. No sé porqué he puesto eso con mayúsculas; no era nada imposible que saliera…

2:00 horas

Suena un ruido fuerte en la parte de delante. Nos asomamos y todo sigue igual… o eso parecía…

3:00 horas

Una vez más, oímos un ruido fuerte. En ese momento, Leti mostró sus dudas: “Creo que se ha salido de la caja”. La caja seguía exactamente igual que como la habíamos dejado, así que volví a realizar insinuaciones sobre su salud mental. Ella insistió. Bueno, no pasaba nada por comprobar.

Poco a poco, retiramos la bandeja y la toalla… Genial, la caja está vacía.

¿DÓNDE COJONES ESTÁ?

Teníamos un gato salvaje, y asalvajado, suelto por la furgoneta. La aventura perfecta. Buscamos hasta en el último recoveco. Levantamos la cama, abrimos mochilas, debajo de los asientos… ¡EN TODAS PARTES! Y el gato seguía sin aparecer. A esas alturas de la noche, estábamos desesperados, con sueño y empezando a sentir cierto instinto asesino…. ¡Solo queríamos dormir!

¡Al final apareció! Nuestro querida gata mecánica había querido seguir investigando nuestro coche y había puesto su atención en la parte de dentro del salpicadero. Utilizando la zona de los pedales, se había colado detrás del volante, en un lugar imposible de alcanzar. Estuvimos una hora intentándolo antes de rendirnos.

“Vámonos a dormir y ya mañana volvemos a luchar en esta guerra”

Así lo hicimos, decidimos acostarnos y descansar las pocas horas de oscuridad que quedaban. Pero la noche no había terminado.

¡AHÍ ESTÁS!
¡AHÍ ESTÁS!

VALE, YA SABEMOS DÓNDE ESTÁ

Una hora o dos más tarde, a saber, volvimos a escuchar los maullidos del ya denominada como put* gata. Se escuchó fuerte, dejando entrever que posiblemente hubiera salido de su escondite. Nosotros, deseando tener una escopeta a mano, nos asomamos a la parte delantera de la furgoneta y… ¡AHÍ ESTABA!

Por fin apareces
Por fin apareces

Con mucho cuidado, aprovechando el cansancio de la criatura, conseguimos cogerla utilizando una sudadera. Después de haber pasado todo el día guerreando y sin comer, el pobre animal estaba exhausto, hambriento y sediento. Con ayuda de un pequeño cazo, conseguimos darle un poco de agua y también unos macarrones que nos habían sobrado de ese día. Jamás he visto a un animal comer con tanta ansia. Una vez tranquilizada, resultó ser una gatita la mar de simpática y juguetona. Los tres estábamos exhaustos y, como no queríamos repetir los errores, utilizamos la funda de un cojín para hacerle una cama. En cuanto la metimos dentro, lo primero que hizo fue mearse entera (¡cómo olía!) pero, lo segundo que hizo, fue quedarse dormida y esta vez sí que para el resto de la noche.

UNA TRISTE DESPEDIDA

A la mañana siguiente, nuestra pequeña amiga, a la que llamamos Nejma en honor al nombre de la furgoneta, seguía dormida y exactamente donde la habíamos dejado. Todo un alivio. La llevamos a una protectora de la que nos habían hablado muy bien en la isla. De paso, no pudimos evitar dejarnos unos 40 pavos en sudaderas de la protectora. Nuestra amiga se iba a quedar ahí y no queríamos que le faltara de ná.

UN ÚLTIMO INTENTO… FALLIDO

Aunque parecía que la historia había acabado, intentamos darle un final un poco más feliz a la historia. Durante el viaje, mantuvimos contacto con la protectora para intentar adoptar a esa gatita tan cabrona y que tantos problemas nos había dado. Nos fue imposible por dos motivos. El primero de ellos es que nosotros no vivíamos en Lanzarote y que les hubiera sido imposible realizar el seguimiento. La segunda razón fue que, por normas de la protectora, no se permite la adopción a las personas que entregan al animal. Lo cierto es que son dos motivos que no entiendo muy bien, pero bueno, ¿quiénes somos nosotros para criticar? El caso es que así termina nuestra aventura con Nejma, nuestra polizona que durante dos días viajó con nosotros y nos dio unos recuerdos inolvidables.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: