El desove de tortugas, la estafa de Tangalle (Sri Lanka)
Durante nuestra aventura por Sri Lanka, nuestros pasos nos llevaron al sur del país, concretamente, a la ciudad de Tangalle. La región del sur de la isla es una especie de paraíso, con playas de arena fina, aguas cristalinas, y paisajes dignos de cualquier fondo de pantalla. Dejamos esta parte de Sri Lanka para el final de nuestro viaje, con el objetivo de convertirlo en un oasis después de una semana madrugando, escalando montañas y cruzando valles. Creo que esta fue una decisión correcta. No obstante, la historia que os voy a contar hoy es un ejemplo de decisión incorrecta. La comparto con vosotros porque, aunque dicen que debemos aprender de nuestros errores, es mucho mejor aprender de los de los demás. Os cuento nuestra aventura avistando el desove de tortugas.
Os prometo que me encantaría contaros una historia maravillosa. Relataros una experiencia única en la que unos intrépidos aventureros viven una aventura mágica que siempre recordarán. En esa historia, estos viajeros estarían bajo la luz de una luna llena, viendo cómo una gigantesca tortuga laúd sale de entre la espuma de mar, se arrastra hasta la orilla y abre un agujero en la arena para dejar sus huevos. En esa historia habría alguna que otra lágrima y, probablemente, en algún momento de la noche sonaría algún tema de Enya. Pero lo que nosotros vivimos en Tangalle no tiene nada que ver con esa historia maravillosa. Vimos tortuga, sí. Vimos huevos, sí. Pero lo que más vimos fue una estafa en toda regla.
Nuestra historia comienza en Tangalle. Llegamos en nuestro octavo día de viaje. A lo largo de toda la ciudad fuimos viendo carteles que indicaban lo imprescindible que era contemplar el desove de las tortugas en aquel lugar. Lo cierto es que, en cuanto lo vimos, no dudamos en añadir ese plan a nuestra hoja de ruta. Nos hacía mucha ilusión poder ver algo así, debía ser una experiencia única, algo que hemos visto millones de veces en la tele y que, en ese momento, teníamos la oportunidad de ver en primera persona. Nos enteramos de un lugar desde el cual era frecuente el avistamiento de estos reptiles. Anotamos las coordenadas en nuestro GPS y pusimos rumbo a ese famoso turtle view.
Para llegar, tuvimos que recorrer caminos de tierra, sin iluminación y teniendo que esquivar rocas, raíces y zonas de barro. Ya teníamos controladas nuestras scooters así que tengo que reconocer que esta parte fue bastante divertida. Llegamos a nuestras coordenadas cerca de las 11 de la noche. Nuestra sorpresa fue que no nos encontramos con un turtle view a secas. En vez de eso, llegamos a toda una asociación protectora de tortugas llamada Turtle Watch Rekawa. En ese momento, nos dimos cuenta de que el plan no nos iba a salir gratis… Tampoco nos importó demasiado, al fin y al cabo, aunque nos iba a tocar pagar, iba a ser a una asociación protectora. Además, no creímos que fuera a ser muy caro. El hombre que nos recibió en la asociación nos hizo esperar en una especie de patio durante más de una hora. Al parecer, la famosa tortuga aun no había llegado (será impuntual, la tía). No obstante, a nosotros no nos engañaba, lo que estaba era haciendo tiempo a que llegaran más personas y conseguir un grupo amplio. Empezó a llegar gente que, como nosotros, iba a ver este gran espectáculo de la naturaleza.
Cuando ya éramos un grupo de 10 o 12 personas, el hombre nos hizo pasar y nos dio la primera sorpresa, el precio para poder ver a las tortugas era de unos 20 euros por persona, una autentica burrada si tenemos en cuenta los precios que se barajan en todo el país. Nosotros eramos tres personas, por lo que la broma nos iba a salir por 60 euros. Venga vale – dijimos – es una oportunidad única. Seguro que con el tiempo no nos arrepentiríamos de haber pagado ese precio. ¡¡Iba a ser una oportunidad única!!
Una vez aflojado el dinero y con menos peso en nuestras carteras, el hombre nos guió por la playa hasta llegar a un lugar en el que un compañero suyo nos esperaba sentado en la arena. Nos dijeron que debíamos permanecer en silencio, que la tortuga ya estaba entre unos matorrales (¡Vaya! Así que no era tan impuntual…) y que si la molestábamos podría cambiar de opinión y volver al mar. Nos habíamos perdido cómo salía del mar y, probablemente, también la música de Enya, pero las normas eran normales, lo último que queríamos era fastidiar al animal.
Nos acercamos en silencio y la vimos con la única ayuda de la linterna roja que apenas emitía luz de nuestro guía. No seré injusto, esa poca luz estaba pensada también para no molestar a la tortuga. Ahí estaba el reptil. Había hecho su agujero y ya había comenzado a poner los primeros huevos. La primera sorpresa fue que no se trataba de una tortuga laúd, un impresionante animal que mide más de dos metros de largo, si no una tortuga verde, que tiene una longitud de un metro. Taaaampoco nos importo mucho… Fue una pasada ver cómo iban cayendo los huevos poco a poco. Eso sí, mientras tanto, mil millones de mosquitos de daban un festín con nuestras piernas. Después de una hora de pié, con frío y siendo masacrados por esos bebedores de sangre, empezamos a pensar que el maravilloso espectáculo de la naturaleza empezaba a ser un poco pesado.
Lo peor de todo fue que, a medida que pasaba el tiempo, se nos fue uniendo más personas. Gente que no había pagado nada y que se habían topado con nosotros – de forma intencionada o no – mientras paseaba por la playa a la 1 de la mañana. “¡Bienvenidos!”, les soltaba el buen hombre de la asociación… ¡¡Que no han pagado!!, pensamos mientras deseábamos ser ellos. Durante las casi dos horas que estuvimos ahí de pie, mirando cómo la tortuga iba soltando sus huevos, ni nuestro guía ni su compañero se dignaron a darnos ninguna explicación. Habíamos pagado el equivalente a dos noches de hotel en Sri Lanka y no se molestaron en darnos más explicaciones que las que podemos encontrar en un cuaderno de “pinta y colorea” de un niño de ocho años. Es más, en un momento dado, el “guía” debió cansarse de sujetar la linterna y se la cedió a uno de nuestro grupo, un chico ruso que tuvo que mantener la linterna en alto durante más de una hora. Finalmente, decidimos darnos la vuelta y volver por donde habíamos venido, bastante cansados y con medio litro de sangre menos en las piernas.
Conclusión: Aunque esta excursión puede parecer atractiva a simple vista, lo cierto es que para nosotros terminó siendo un autentico coñazo. Consiste en observar durante horas cómo una tortuga va depositando todos los huevos sin recibir ni una sola explicación de lo que está ocurriendo. Además, el precio es realmente abusivo y parece que a los guías únicamente les importa llevarse un buen dinero cada noche. Además, con el tiempo he leído que muchas veces se forman grupos demasiado numerosos y que resultan poco respetuosos para que el animal haga lo que ha ido a hacer a la playa. Creo que más que una organización cuyo objetivo es ayudar a la conservación de estos animales, este lugar era un negocio centrado únicamente en sacar dinero a los turistas.