¡Que vienen los leones!: Nuestro primer encuentro con los reyes de África
Durante nuestro cuarto día en Tanzania nos ocurrió una de las experiencias más increíbles e inolvidables de nuestra vida. Y eso que estábamos en un viaje, que ya de por sí, era increíble e inolvidable. Realizar un safari en África es una experiencia única que te pone en contacto con una naturaleza que creíamos que solo existía a en la 2 de Televisión Española. Poder ver manadas de búfalos, cebras, familias completas de babuinos, las majestuosas jirafas o los solitarios rinocerontes en su habitat natural y lejos de los muros y gritos de niños de un zoo… Creo que no se me ocurre un plan mejor. Pero, si de entre todos estos animales hay que destacar a uno, es justo que ese uno sea el rey. Los leones son el “trofeo” más deseado de cualquiera que viaje a África a ver su fauna. Este texto es precisamente para contar cómo fue nuestro primer encuentro con la monarquía de la sabana africana.
Ocurrió durante nuestro tercer día en Tanzania. Durante el primer día habíamos recorrido los caminos de tierra del Tarangire y alucinado con la cantidad de elefantes que había. El segundo día nos trasladamos al cráter del Ngorongoro, un auténtico paraíso para los animales. Aunque aquí sí habíamos tenido la oportunidad de ver varios leones, estos se encontraban muy lejos y, cómo no, tumbados entre las hierbas. Es más difícil ver a un león de pie que un arcoíris en un día de agosto… Pero nuestro primer contacto real ocurrió precisamente durante nuestro último día en este parque natural. Ya casi nos encontrábamos de camino al Serengeti para continuar allí con nuestra aventura.
Llevábamos ya media mañana recorriendo el parque del Ngorongoro cuando recibimos la llamada de uno de los coches en los que se dividió nuestro grupo. Habían visto un león junto al camino. Estaba a tan solo un par de kilómetros de nosotros. Nuestro conductor dio media vuelta y nos dirigimos al punto donde nos habían dicho. ¡Allí estaba el maldito rey de África! Paseando por mitad del camino, sin importarle lo más mínimo nuestro coche, parecía que sabía que estábamos allí y, aun así, nos permitía estar siempre que no le molestáramos… Le acompañamos durante unos metros, alucinando con cómo se movía, lento, sin prisa. Era un macho adulto, con una melena rubia imponente y un aire totalmente regio. Llegado el momento, el animal decidió que había llegado el momento de tomarse un descanso y se tumbó a tan solo unos metros del camino. Gobernar debe ser algo muy difícil y requiere largos periodos de descanso cada poco tiempo. Creo que durante esos minutos que estuvimos ahí, yo dispararía unas quinientas fotos. Era impresionante poder ver a un león como nosotros lo estábamos viendo. Os puedo asegurar que en nada se parece a lo que se ve en el Zoo de Madrid, EN NADA. Lo que no sabíamos es que aquello que estábamos viendo no iba a ser nada en comparación a lo que vendría unos segundos después.
¡A beber!
De la nada, comenzaron a salir un montón de cachorros de león. Uno, dos, tres… yo diría que hasta más de diez cachorros. Iban acompañados de sus madres. De repente, estábamos rodeados de toda una manada de leones. También aparecieron dos machos más, hermanos del que acabábamos de ver. ¿El motivo? Justo habíamos parado junto a un gran charco de agua que había en mitad del camino. Había coincidido con el momento en que estos mamíferos tenían sed (bendito charco y bendita sed). Tuvimos a toda la manada junto al coche, no exagero al decir que, de haber alargado el brazo, hubiera podido tocar a cualquiera de ellos (también me habría quedado si brazo, claro). Recuerdo aquel silencio sepulcral que se instaló en los coches. Un silencio de respeto total, parecía que había miedo a emitir cualquier tipo de sonido. No era para menos, estábamos al lado de uno de los mayores depredadores del mundo. Nadie quería que aquellos imponentes animales descubrieran que lo que había en aquella lata con ruedas era comestible. Recuerdo cómo se movían, lentamente, sin prisa, lo reyes no tienen porqué tener prisa.
Junto a nuestro charco, cuatro cachorros comenzaron a beber agua. Vino una leona y se unió. Al cabo de un rato, varias leonas fueron apareciendo y continuando su marcha. Cada vez que una pasaba, uno de los cachorros abandonaba el charco para seguirla. A las madres hay que obedecerlas. Al final, toda la manada se fue marchando para dejarnos a solas con el bendito charco de agua del camino. Vimos cómo toda la enorme familia, con el macho más grande a la cabeza, subía una colina volviendo de nuevo a las rocas donde vivían.
Este fue para mí el momento más maravilloso de todo el viaje. ¡Estaban tan cerca! Aquel silencio, la musculatura de aquellos magníficos animales en movimiento, su elegancia… En serio, al verlos uno puede comprender por qué son considerados los reyes de África.
Muy bien descrito, casi estaba allí cuando aparecieron los cachorros . También he disfrutado de la leyenda de los dragones de Cracovia, esas curiosidades no son fáciles de encontrar y el mundo está llena de ellas