Falta tan solo un puñado de días para volver a preparar una maleta e iniciar una nueva aventura. En esta ocasión, volveremos a cruzar el charco para adentrarnos en el inóspito suelo estadounidense. Ya lo pisamos en el año 2017, cuando recorrimos la costa oeste, pasando por Los Ángeles, San Francisco y Las Vegas. En esta ocasión aterrizaremos en el otro extremo del país, en Orlando. Comenzar un viaje es una experiencia mágica. El fin de meses y meses esperando a  que llegue esa fecha, los nervios previos a coger el avión y la ilusión por una nueva aventura que comienza. Hoy, os voy a contar cuál es mi parte favorita de cualquier viaje, una que se repite en cada experiencia, no solo en los viajes al extranjero, hablo de cualquier viaje de media o larga duración. El momento al que me refiero es al de la primera noche de un viaje.

La primera noche de cualquier viaje tiene algo especial. No sé si es por las ganas que hay de que todo empiece o porque sabes que todo ha empezado ya. Sabes todo lo que está por venir y que por delante tienes toda una aventura que vivir. Yo soy bastante malo para recordar los detalles, por eso suelo llevar un cuaderno para apuntar todo, pero sería capaz de recordar las primeras noches de cada uno de los viajes que he hecho en los últimos años…

Recuerdo la primera cena en Finlandia antes de nuestro periplo por el polo norte. Estuvimos toda la familia junta en un restaurante, comiendo salmón – cómo no – y hablando de cómo había ido el viaje. Había cansancio en el ambiente, obviamente, pero también había ilusión. Íbamos a conocer a Santa Claus, a ver auroras boreales – que finalmente no vimos – y a hacer una excursión en trineo con huskys. Casi nada…

Nuestra primera noche en California es una de las que mejor recuerdo. Después de un viaje de lo más accidentado (perdimos una tarjeta de crédito, rompimos una botella de ron en el aeropuerto, pasamos las entrevistas para entrar al país por los pelos…) llegamos a nuestro primer hotel para descubrir que no teníamos habitación; nos habían cancelado la reserva. El lío acabó resolviéndose, y cenamos todos en una hamburguesería nada healthy del pueblo.

La primera cena en Tanzania fue en el comedor del primer hotel. Recuerdo que en ese momento me di cuenta de que en ese país pican hasta las patatas fritas. Viajar a Tanzania era uno de mis grandes sueños y recuerdo no pegar ojo en toda la noche. ¡Íbamos a ver leones! También cebras, leopardos, hipopótamos e incluso conocimos a los temibles masáis. Esta fue sin duda la experiencia más maravillosa de mi vida.

En diciembre de 2018, aproveché un par de semanas de vacaciones para ir a Asia a encontrarme con Nacho, un amigo trotamundos que en aquel momento se encontraba recorriendo el sudeste asiático. Quedamos – como quien queda en el kiosco de la esquina del barrio – en el aeropuerto de Vietnam. Después de recorrer las calles de Ho Chi Ming y empezar a acostumbrarme a su caótico tráfico, fuimos a cenar a la terraza de un restaurante donde descubrimos lo barata que era la cerveza en este país.

Nuestra llegada a Sri Lanka en 2019 fue una de las que escondía más incógnitas y con la que más dudas teníamos. El país, debido a los ataque terroristas ocurridos unos días atrás, se encontraba en estado de alerta. Había militares por las calles, toque de queda por la noche y no sabíamos muy bien si íbamos a poder seguir nuestro plan sin tener problemas. El conductor que contratamos nos paró en un restaurante de carretera y, durante la cena, descubrimos que aquel también era un país que amaba el picante.

En Grecia, el verano pasado, comenzamos nuestro viaje en Atenas, la capital del país. Después de un primer recorrido por la ciudad, fuimos todos juntos a cenar y a probar la gastronomía del país a una bonita terraza bajo el gran Partenón ateniense. Nos esperaba toda una aventura, visitando la Acrópolis, Santorini, Éfeso y llegado incluso a tierras turcas.

 

 

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